Hace unos días pude asistir a la primera edición del Comando GEG, un proyecto liderado por dos enormes tipos a los que puedo llamar amigos, con todo el orgullo del mundo: Pablo Felip y Balbino Fernández. Aquí la grabación de su presentación en sociedad.
La propuesta del espacio es establecer una mesa redonda de reflexión sobre temas de actualidad del sistema educativo español. Básicamente, se trata de abrir melones y comprobar si salen dulces, o, como decía mi abuela cuando no estaban maduros, pepinos. Este primer capítulo estaba dedicado a la competencia digital docente, en él se habló de un montón de cosas, desde los puntos de vista de los invitados a la mesa redonda.Pues bien, entre reflexión y reflexión intervino Teresa Valero (una de las invitadas) para decir algo así como: en mi cole hace ya años que tenemos un plan digital, hace ya años que ponemos en práctica metodologías activas, como el ABP y, ojo, no hemos bajado el nivel de exigencia. Esto no es jugar o venir a echar la mañana, esto consiste en hacer propuestas que ayuden al alumnado a desarrollar sus competencias (como han marcado las tres últimas leyes educativas, por cierto) al máximo, y eso no es sencillo, ni para docentes ni para el alumnado.
Y ahí la tecnología tiene un único rol: servir de apoyo.
También indicaba Teresa que, a día de hoy, sólo un 15-20% de centros de su comunidad están llevando a cabo propuestas y proyectos como los de su cole.
Que me perdone si no he acertado del todo en mi lectura de lo que dijo, pero creo que es una reflexión muy válida, que me lleva a un tuit que leí ayer y que mantendré en el anonimato (entre otras cosas porque no me acuerdo de su autor o autora).
En ese tuit se argumentaba que los estudiantes entran en la universidad sin comprensión lectora, con grandes dificultades en matemáticas y sin capacidad para la expresión oral o escrita. Y eso, agárrate Mari Carmen, es solo culpa de…..
¡Sí! Las metodologías activas y la tecnología.
¡Tachán!

Este es un argumento que podemos leer en Twitter prácticamente a diario. Todo muy mal, cada vez peor, PISA por aquí, tecnología por allá, antes bien, ahora mal, temarios bien, proyectos mal, contenidos bien, competencias satán.
Y no voy a entrar en debatir (conmigo mismo y con mis seis lectores) en la realidad de estas afirmaciones, pero sí me atrevo a hacer unas cuentas sencillas.
Si el 15% de los centros públicos de una Comunidad Autónoma están desarrollando proyectos educativos, mal llamados innovadores, basados en metodologías activas y un uso racional de la tecnología, podemos afirmar que el otro 85% están desarrollando proyectos basados en libros de texto, contenidos, exámenes, memorización, etc… Lo que mal llamamos tradicional.
Eso en 2022. Si nos vamos a los años en los que los estudiantes que ingresan ahora en la universidad hacían, por ejemplo, quinto de primaria, o sea, 2015, entenderemos que ese porcentaje será aún menor. Quizás 10% de metodologías activas frente a un 90% de diseños más tradicionales.
Soy consciente de que las cuentas son mucho más complejas, que en secundaria también se hacen cosas (diría que con un porcentaje aún menor que en primaria), que no se puede generalizar y que lo que tú quieras, pero, y de esta burra no me bajo:
Si los estudiantes no llegan a la universidad como deberían no es culpa de la gente que intenta darle otro enfoque a la educación. Por cierto, tampoco es culpa de la inclusión (he leído barbaridades en Twitter últimamente) ni del DUA, a no ser que tengan efectos retroactivos e influyan en la educación 20 años antes de ponerse en marcha.
Si en unos años tenemos un porcentaje mayoritario de centros educativos trabajando (y evaluando, por cierto) de manera competencial y usando la tecnología de manera racional para apoyar sus propuestas y la educación no mejora, entonces hablamos. Y nos sentamos a ver qué sucede y cómo se puede mejorar el sistema.
Hasta que eso pase, creo firmemente en que estas “nuevas” miradas sobre la educación merecen un respeto, un margen de maniobra y un apoyo incondicional por parte de todos los que formamos parte de la educación.
Insisto: de esta burra no me bajo (de momento).