Pelos como escarpias cuando veo docentes en redes sociales compartiendo cosas como “Las 100 herramientas que todo docente debe dominar”, o “12 herramientas esenciales para editar vídeo”, o incluso cosas como “15 extensiones de navegador que todo estudiante debe manejar”. Como escarpias.
Se me entienda. Todo el respeto hacia esos docentes o profesionales de otros sectores que tienen la amabilidad de compartir su trabajo, especialmente cuando no hay una o varias empresas interesadas detrás. La mayoría hacen excelentes materiales, con tutos estupendos. Lo que me pone los pelos mirando a La Meca es el concepto: cien herramientas. Oh my gosh!

Es que yo soy un poco lelo para estas cosas. No me va la tecnología per se. No soy de los que se leen los artículos de Xataka (aquí igual estoy tirando un poco de ironía, ni confirmo ni desmiento), no compro gadgets ni chismes tech, no sé programar (ni me apetece aprender, la verdad), no me siento cómodo con herramientas tecnológicas. Me va justo para conectar mi chromebook al proyector y al equipo de sonido del aula que me toque.
Se me entienda (2). Uso la tecnología a diario. No concibo mi labor docente sin ella, y aún menos mi trabajo en la coordinación de mi centro. Sin formularios, hojas de cálculo, sites, docs y alguna otra herramienta, yo me pego un tiro, Mari Carmen. Pero, ¿cien herramientas?
Un docente que sale de una escuela de magisterio o del máster de profesorado no tiene por qué saber nada de herramientas tecnológicas del ámbito de la educación. En la mayoría de los casos, o no han visto absolutamente nada de tecnología aplicada a la educación o lo que han visto ha sido muy superficial y, en algún caso, directamente erróneo.
Y sales de tu facultad, con ganas de hacerte docente y, de pronto, tienes que dominar cien herramientas. Hola, buenas tardes.
Que igual no sabes ni cómo gestionar dos perfiles en tu navegador, o hacer una captura de pantalla o editar una imagen. De hecho, probablemente ni esperabas que esto fuera a ser necesario. Pues, toma, cien herramientas.
En mi caso, salí hace once años del máster, después de haber terminado Filología Inglesa Analógica en 1999. Prehistoria. En el máster, de edtech hubo literalmente cero. En el centro donde hice las prácticas, había cero coma cero (0,0 para los matemáticos).
Y a currar.
Y, a los diez minutos, te das cuenta de que la gestión del aprendizaje no es viable sin tecnología.
Pelín de contexto aquí: soy docente de inglés en FP, trabajando por tareas y proyectos ABP y APS, en un centro donde no se usa ningún libro de texto (y bien orgulloses que estamos, oye).
Recuerdo mis inicios de rúbricas en papel. En cada folio me cabían tres, así que hacía las copias y recortaba, para ahorrar papel. Mis estudiantes anotaban sus comentarios y sus calificaciones a mano y yo calculaba las medias con la calculadora del móvil. La muette (nótese la doble -t).
El primer año sufrí la fiebre edtech. Venga a buscar herramientas para todo, venga a probar diferentes cosas. Probaba herramientas sin saber para qué las iba a usar.
De aquellas que probé en aquellos años, creo que no uso ninguna ya. RIP a Camtasia, a Kahoot y a cuatro millones de cosas que no me resultaron útiles. De hecho, me robaron el tiempo.
En mi segundo año encontré eso de las Google Apps, que luego fueron G-Suite y ahora se llaman Google Workspace. Y ahí las cosas eran, son, diferentes.
Herramientas facilonas, colaborativas, accesibles desde cualquier dispositivo y seguras (no vayas a los comentarios a decir que roban los datos de los estudiantes, por favor). Herramientas que puedes poner en manos de tus estudiantes para que les saquen jugo y que, en mis manos torpes, funcionaban bien. Flipa.
Y en un par de cursos llegó mi primer chromebook. La chromecosa, que dice Pablo Felip. Y aunque es verdad que hay una vida mejor pero es más cara, también es cierto que a veces trabajar en entornos limitados pero sencillos es una gozada.
Hace ya años que en mis cursos (de vez en cuando doy formación a docentes sobre estas vainas de Google) suelo decir lo siguiente: sólo uso una herramienta si me ayuda a potenciar el aprendizaje de mi alumnado y me ahorra tiempo.
Mis dos ejemplos favoritos son Screencastify y Corubrics, de mi admirado Jaume Feliu. Si no sigues a Jaume, pordiosbendito, corre. Es un referente en evaluación formativa y un tipo estupendo.
Pues bien, Screencastify, herramienta facilona donde las haya, me permite grabar vídeos con mi feedback para mis estudiantes. Ahorro tiempo respecto a un feedback en texto y resulto mucho más cercano y efectivo. Con Corubrics puedo establecer procesos de coevaluación a través de rúbricas y listas de cotejo, que me ahorran tiempo a espuertas y ayudan a mis estudiantes a autorregularse y mejorar.
Algunos ejemplos de que no. Canva y Genially. Ambas herramientas fantásticas, que permiten hacer cosas paupérrimas. No son para mi. Yo hago el 90% de mis presentaciones y pósters en presentaciones de Google. Rápido, colaborativo y eficaz. Con Genially dedico la tarde de un sábado para montar una presentación la mar de cuqui que no va a impactar significativamente en el aprendizaje de mi alumnado. Y a mi se me escapa la juventud.
Hay más ejemplos bipolares. Sites sí, wordpress no. Formularios sí, cualquier otra historia no. Ojo aquí: Jamboard sí, Miro o Figma no. A lo bestia.
Y no digo que esta sea la única ni la mejor manera de hacer las cosas. Solo digo que a mi me ayuda enormemente en mi trabajo diario. Solo hay que cambiar de paradigma, huir de lo cuqui y lo efectista y acudir a las necesidades reales de nuestros estudiantes. Y a por ellas.