Cuatro veces

Cuatro veces. NI una, ni dos. Me he muerto ya cuatro veces.

Así que vengo a contarlo. Realmente necesito dejar todo esto por escrito, para que conste. Para que,cualquier persona interesada en este tipo de cosas, pueda ver qué pasa cuando plegas, cuando entregas la cuchara, cuando estiras la pata. Y porque estas cosas en persona no se pueden contar, que pareces un puto loco.

Ni una, ni dos, ni tres..Photo by Djim Loic on Unsplash

Y ojo, que no va a ser muy complicado para este humilde documentalista. Recuerdo cada detalle de cada una de las cuatro ocasiones en las que, de una manera u otra, morí. Supongo que recordamos los días importantes de nuestra vida adulta, como nuestra boda, el nacimiento de nuestros hijos, aquel viaje tan intenso. Morirse, creedme, está en esta categoría sin duda. Incluso cuando te mueres más o menos a menudo, como es mi caso, recuerdas perfectamente cada detalle, igual que recuerdas el timbal de mariscos que diste de entrante en el menú de tu boda.

Como he de comenzar por algún sitio, voy a comenzar por esto: es verdad que ves tu vida pasar en filminas cuando te mueres. Es cierto también que van a toda ostia y que apenas te da tiempo para verlas,ni mucho menos para disfrutarlas, saborearlas. Lo que no sabe todo el mundo es que no siempre se te presentan las mismas diapositivas, los mismos bodegones o retratos o paisajes. No. Es curioso, pero así como te vas muriendo ves diferentes escenas de tu vida, esa que parece que se acaba.

Por cierto, que no lo he dicho porque me parecía obvio, pero las cuatro veces he resucitado. Por eso, obviamente, puedo estar aquí documentando estas historias. Por seguir remarcando lo francamente obvio, decir que, si en alguna de las cuatro ocasiones en las que me morí, no hubiera vuelto al lado de los vivos, no podría estar escribiendo esto.

Y eso que se perdería la humanidad, oiga.

Porque claro, pensadlo. Desde tiempos inmemoriales se ha estado debatiendo acerca de lo que hay más allá. Qué ocurre cuando te has pasado la última pantalla; cuando sale el mensaje de game over. Finito. No more. Ya.

Y si bien es cierto que yo siempre he vuelto a tiempo, así que no he visto todo el itinerario, sí tengo alguna información valiosa, que pretendo compartir con vosotros. No he muerto, muerto (recordad que cuando repites una palabra es para indicar que es de verdad, como el pan,pan). No he sido enterrado o incinerado (obvio también, lo sé), ni siquiera me han tomado el pulso para, con gesto grave, declarar la hora de mi muerte. Yo es que me he ido muriendo como en pequeño. Sin movidas. Así como para mí.

Sirvan estas líneas como prólogo para mi historia. Si no os parece mal, vayamos ya al lío: mi primera muerte.

Confesión aquí: cada muerte es, como casi todo lo que pasa en la vida, diferente. Y mi primera vez fue un poco como el primer beso: torpe. No puedo presumir de una muerte regia o de haber muerto como dios manda. No. Fue, más bien, cutre. Veréis en mi relato que, así como fui ganando experiencia en esto de morirse, fui mejorando la técnica y aprendiendo a morirme bien.
Pero es que la primera vez me pilló durmiendo. Y claro, con legañas en los ojos todo es más complicado. Os lo cuento. Resulta que tuve ese típico sueño que va de caerte por un agujero mega profundo que había en mitad del monte. Dicen los que entienden de esto que te puedes pasar toda la noche soñando que caías para, justo en el momento que te despiertas, darte cuenta de que era sólo un sueño (iba a mentar aquí a Calderón pero me refreno) y salir pitando al baño a mear. Como diría un joven de los de ahora: sin más.

Pues bien, yo debí caer bastante rato. Y bastante rápido también. Era verano de 2003. Yo tenía 28 años y estaba en forma. Física y psicológicamente como un avión. Follable incluso. Todo esto, como podéis comprender, no evitó que me muriera. Ahí, en la cama, Solo. Como un gilipollas. Tumbado y sudando. Lo que os decía. Mal. Con lo sencillo que es despertarse con un gritillo agudo y yo voy y me quedo pajarito.

Mi teoría es que, en lugar de despertarme con susto y pensar eso de ay caramba qué susto, pues, por lo que sea, me dio por morirme. Tal cual. Y aquí viene lo interesante. Las filminas. Las diapositivas con los highlights de tu vida (if any). Los mejores momentos. La crema.

Y aquí os cuento algo importante: no da tiempo de ver todo ni de coña. Pero hay algunas diapos que vienen destacadas. Las ves sobre un fondo dorado, como con un marco etéreo que las envuelve y las hace especiales. Y claro, en esas sí te fijas, por cojones. Son las que yo llamo filminas VIF (very important filmina).

Y en esta primera muerte tampoco tuve excesiva suerte. Ya os comento que no se me dio muy bien lo de morirme. Las VIF fueron tres. Entre un aluvión de cosas de mi vida, ahí a cascoporro, pasando a toda leche, aparecieron tres diapos con su aura y a una velocidad más moderada. Como diciendo mira, tonto, mira.

Y las tres escenas eran:

Una carrera que hice con unos amigos de pequeño (ahí se me ve en la VIF corriendo en el patio del colegio como si no hubiera un mañana).

Un día que fuimos al Pirineo en familia y había un sol estupendo y todo era verde y bonito.

Y un cine al que iba de pequeño que tenía unas butacas de la ostia con cuero y así como grandotas que te perdías dentro y pensabas que estabas en el paraíso en lugar de en el cine viendo a Terence Hill y Bud Spencer.

No es gran cosa. Lo sé. Morirse es lo que tiene. Algunas veces te va guay y otras no tanto. Seguro que pensabais que las VIF iban a ser así como momentos brutales y tal. Pues no. Vienen con marco dorado pero son simples filminas.
Ahora que lo pienso, igual tiene que ver con el hecho de que he llevado una vida bastante anodina. La culpa es de las nuevas tecnologías, no mía. Todo el puto día mirando el móvil. Así es imposible vivir experiencias chulas para cuando te mueras.

Que culpa mía no creo que sea, oigan. Yo he hecho lo que he podido con mis medios. Y si luego no salen escenas de película pues qué se le va a hacer.

Tengo que decir en este momento que la segunda vez ya me las arreglé para morirme mejor. También es verdad que me pilló despierto, y eso siempre es un plus. Ah, y además estaba sereno (no como la tercera vez, que os contaré luego). 

Resulta que iba yo para Teruel. 2004. Invierno. Un frío que te cagas, aunque este dato no tiene ninguna relación con mi defunción. Lo que sí tiene relación es el hecho de que iba a Teruel en tren. Llamadme loco. O gilipollas.

Pues bien, iba yo leyendo. Con las dificultades que conlleva leer en un tren de hace cien años que se mueve como si un ser gigante y cabrón lo estuviera agitando. Muy concentrado estaba yo en mi lectura. Murakami. Crema.
En estas que el puto tren descarrila. A tomar por saco. Al monte. Y claro, el susto es majo. Después de morir y volver me comentaban los veteranos que ese tren descarrila mucho. Alguno me miraba con cara de pensar vaya este de la capital mira qué blanco se ha quedado. Y eso que no supieron que no era susto,sino muerte.

Tal cual. Esto de que te quedas tieso en un momento. Es como que se te escapa la vida así en un ay. Ahora estás vivo y de repente… pues no.

Las VIF fueron una vez que estuvimos dándole de comer a los patos mi hermano y yo cuando éramos críos. En el canal. También cuando estuve en Santiago, viendo la catedral (para lo ateo que soy las catedrales me flipan bastante). Y otra de una vez que le toqué las tetas a una novia que tenía y, oh sorpresa, no llevaba sostén. 

Supongo que ya vais viendo que las VIF no son ni muy very ni muy important. Pero recordad que yo me limito a contar lo que hay. Si me pongo a inventar movidas esto ya no tiene sentido, por más que quedara más resultón.

La tercera vez: ciego como un topo. Coma etílico de esos galopantes. Tequila del malo. Ese blanco que te ponían en vaso de vino por dos duros. Fue en las Navidades de 2007. Y sí, efectivamente, yo no era ningún crío. Lo normal es pillarte unos pedos horribles cuando tienes diecisiete y ya de mayor hacer las cosas un poco mejor. Not my style.

Creo que fue el quinto tequila el que me tumbó. Andaba yo con tres amigos y, viendo que había serias posibilidades de perder la dignidad en forma de vómitos variados, les dije que salía del bar a hacer una llamada. Como también iban pedo les pareció estupendo.

Ahí que salgo yo. Y lo típico. Portal anexo al bar. Te sientas. Te das cuenta de que has salido en camiseta. Te jodes de frío. Se te congela el culo. Hasta ahí todo normal.

Pero,justo en el momento en el que estoy pensando en levantarme para ir a un parterre a potar, voy y me muero. Puf. Goodbye.

Nota importante: me imagino que hay un montón de maneras de morirse. Yo parece que me estoy especializando en morirme así como sin querer. Lo que os decía al principio: me he ido muriendo en pequeño, como en privado.

Pues bien, ahí plegué. Como un campeón. Sentadico en un portal. Más majo…

Curiosamente,esta vez que andaba yo bien fastidiado (culpa de las nuevas tecnologías y del tequila) tuve unas VIF bien chulas: una de un concierto de los Cure que fue la reostia, una de cuando nació mi hijo mediano (evento bastante reciente, por cierto) y luego seis o siete seguidas de sexo, fiestas, más porno y una o dos barbacoas.

Que me volví al mundo de los vivos con una sonrisa, vaya.

Cuando entré de nuevo al bar a ver a estos, ni se me notaba que había muerto y tal. Supongo que la borrachera que llevábamos los cuatro era lo suficientemente poderosa como para que no hubiéramos advertido que a uno de nosotros nos faltaba un brazo.

Total, que no quise decir nada para que no se descojonaran en mi cara.

Y llegamos a la última vez. Ayer. En un concierto de Tachenko y León Benavente (ahí el canijo imitando a David Gahan,el cabrón). Estaba con vosotros, como bien sabéis. Y me fui, básicamente, a mear. Lo normal.
Conste que aún no habíamos bebido mucho. Sólo un par de cervezas y unos sorbos al litro comunitario. Nada.

Y allá que me voy a ver si encuentro un bar en el que colarme y, sin consumición previa, miccionar (es mear en castellano antiguo). Y ahora estaréis pensando: este soso se despistó y le atropelló el 38. Pues no.

Encontré el bar. Escaleras y, discretamente, al baño. Cómo no, hay cola. Me encuentro a un amiguico de la facultad. El quinto Beatle, le llamábamos. Muy majo. Pequeño capazo de los de qué tal majo cómo me alegro de verte.
Hasta aquí guay. 

Me toca mear.

Me meto en la cabina de la izquierda. Limpico. Bien de luz. Milagro. Como aceptando una invitación, noto un movimiento de tripas raro. Igual son cacas. Me siento. Pequeño apretón para testar el estado de la situación. Sin forzar mucho a ver si va a ser un pedo de esos que se oyen mogollón. Y voy y me muero. Fiel a mi estilo. Ahí, sin líos. Como para dentro. Una cosa privada. Y salen las VIF y el resto de filminas a todo trapo. Y vuelvo a la vida como siempre, un poco todo como sin querer.

Salgo del water y el quinto Beatle me mira y me dice algo así como jodo macho qué amplio te has tenido que quedar, vaya rato cagando. Ni mala cara me nota, oye.

Así que yo a lo mío. Salgo del bar, pillo un litro y listos. Aquí no ha pasado nada.

Y luego, ya después del concierto, menciono en nuestra conversación lo de mis muertes. Y, contra todo pronóstico, no me mandáis a tomar por saco con lo de venga, hombre qué te vas a haber muerto, no me jodas.

Y, justo cuando creo que es un buen momento para compartir con vosotros mis experiencias al otro lado, me arrepiento y os digo que no, que es coña marinera. Por si no me creéis y tal.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.